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понедельник, 6 июня 2011 г.

Iván Vallejo: Una de cal y una de arena

Cronica desde el pico Pobeda: accidente fatal
Queridos amigos

Hace un par de años escribí una crónica desde el Campamento Base del Annapurna con este mismo título para contarles los sucesos referentes a un par de noticias, una buena y una no tan buena, que sucedieron en dicha expedición. Aunque suene repetido, hoy vuelvo a utilizar el mismo título para compartirles lo que acabamos de vivir en nuestra expedición. En una siguiente crónica les contaré con mayores detalles los sucesos vividos alrededor de esta experiencia. Por ahora me limito a contarles los hechos concretos.

Sabiendo que el jueves 19 (hoy día) sería un día perfecto para la cima, con cielo completamente despejado y muy poco viento, programamos nuestra salida desde el Campamento Base hasta el Campo 1, el lunes 16 en la tarde.

A las cuatro de la mañana del martes 17 salimos desde el Campo 1 en dirección al Campo 2 los miembros de nuestra expedición junto con una par de amigos rusos: Mikhail y Elia. Por delante nuestro, con media hora de diferencia, subían tres colegas más: Luca (Italia) y una pareja de polacos, Peter y Agnes. Todos habíamos programado salir a la madrugada para evitar las avalanchas que caen desde los flancos del Kang Tengri y del Chapayev, y que mortalmente se canalizan a través de una angostura bautizada como Cuello de Botella. A veinte minutos de iniciada nuestra marcha caímos en cuenta que nos habíamos olvidado una olla con su agarradera que la necesitaríamos más tarde para cocinar en el siguiente campamento. Con la generosa disponibilidad propia del Topito (Esteban), él se puso inmediatamente a la orden para resolver el olvido, nosotros, a cambio del favor, ofrecimos hacer una pausa para esperarle. Minutos más tarde regresó resoplando como una locomotora y con la olla en la mano.

Alrededor de las seis y media entramos en la base del Cuello de Botella, desde allí podía ver fácilmente las figuras de Luca, Peter y Agnes moviéndose lentamente por el flanco derecho del mencionado corredor. Me vi obligado a hacer una nueva pausa para sacarme el pantalón aislante porque me sentía demasiado abrigado. Cuando reinicié la marcha me percaté que al lado izquierdo del corredor se habían formado unas volutas gigantescas, que a mi modo de ver era la bruma propia del amanecer, fue entonces cuando Carla me saco de mi equivocación al gritarme: Es una avalancha… En seguida pensé en nuestros tres colegas que subían precisamente por ese sitio. Atropelladamente balbuceé, no sé si un pedido o una oración, imaginándome lo peor. Cuando llegué donde Carla me hizo saber, con la angustia apelmazada en la cara, que Luca había sido alcanzado por la avalancha y que se hallaba sepultado en cualquier lugar de esa gigantesca ola de escombros. Al parecer Peter y Agnes que estaban más arriba se habían salvado de semejante embate de toneladas de hielo y de nieve.
Inmediatamente Esteban, Carla, Mikhail, Elia y un servidor, en un acto de desesperación comenzamos a gritar el nombre de Luca mientras escarbábamos inútilmente en medio de semejante caos. Joshua y Oswaldo escalando por el flanco derecho del corredor que había servido de límite natural para la avalancha avanzaron hasta el sitio de la pareja de polacos.

Mientras buscábamos a Luca escuchamos el grito de Oswaldo avisándonos que Peter estaba bien pero que Agnes estaba sepultada y existía alguna posibilidad de salvarle a partir de seguir la línea de cuerda a la que su compañero estaba atado. Llegados al sitio todos metimos manos, fuerzas, ganas, desesperación y angustia, cavando en la nieve, rompiendo los bloques de hielo con las piquetas y la única pala que disponíamos. La cuerda iba a dar por debajo de un bloque de hielo de unos diez metros cúbicos de volumen que en cuestión de minutos se había soldado como el cemento a la superficie de nieve. Que angustia, que indefensión, que inutilidad, que desesperación al sentir que los minutos volaban y el puto bloque de hielo no se movía. Minutos que pasaban, horas que se hacían, gritos de angustia, esfuerzo por encontrarla, blasfemias de desesperación y nada. Apenas a las diez de la mañana Oswaldo dio con una de las manos de Agnes. Quedó comprobado que la adrenalina y la desesperación hacen muchísimo más que la fuerza calculada a partir de las leyes de la física. A la cuenta de tres, con todas nuestras fibras, empujábamos centímetro a centímetro ese mamotreto de hielo. Finalmente lo logramos. Agnes estaba boca arriba, no tenia rictus de angustia, fue en lo primero que me fijé y eso me dio un poco de alivio (recordando mi propio accidente cuando me caí cuarenta metros en una grieta en el Chimborazo y permanecí allí sepultado por cuatro interminables horas), tenia la boca entreabierta, la piel hinchada y los ojos en acto de descanso. De un salto estuvo Joshua para darle respiración artificial y Oswaldo masaje cardíaco. Allí estaban los dos completamente volcados y entregados en querer que esa utopía se haga realidad. Pidieron relevo. Carla y yo fuimos por el mismo ejercicio, con igual entrega, con el mismo compromiso, con la misma desesperación….Pero en nuestro fuero interno todos sabíamos que Agnes estaba muerta y ya nada podíamos hacer. Peter solamente lloraba y se preguntaba, en inglés, ¿por qué?....
Luca estaba sepultado en cualquier parte de semejante inmensidad de escombros. Agnes yacía inerte encima del hielo y Peter, a su lado, acariciándole suavemente su cara, lloraba despidiéndose de ella.
Nos abrazamos entre todos. Carla, Joshua y yo llorábamos por el dolor ajeno, mientras nos daba vueltas en la cabeza varias preguntas que jamás tendrán respuesta.

A las once de la mañana llegó el equipo de guías kirguiz para terminar de sacar el cuerpo, empacarlo y llevarlo hasta el llano donde le recogería el helicóptero. Nosotros nos hicimos cargo de Peter para acogerlo y arroparlo en la medida que se puede en esos momentos de inmenso dolor.





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